Como el cachorro al que la vida le ha quitado lo adorable, y ahora derme en el patio, siempre fiel, siempre solo.
Desde la terraza se ven los edificios, como totems ancestrales aguardando algo. Miran el horizonte, ajenos por completo al paso del tiempo y a todo lo que en sus entrañas se entreteje. Sordos, mudos e incapaces de ver algo mas pequeño que a ellos mismos, los edificios no notan que la gente trama algo. Dentro, la semilla de la rebelión crece. Afuera, la tierra empieza a lanzar sus gritos de guerra...
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